lunes, 9 de diciembre de 2013

Un viaje con Fernando Romay

Ya se puede comprar en librerías mi último libro: Altísimo. Un viaje con Fernando Romay (Ediciones Turpial). Una propuesta que va más allá del personaje, para hablar también de un tiempo muy especial dentro y fuera de las canchas en el que el pívot del Real Madrid y la selección fue protagonista destacado. Para aquellos que lo quieran pedir por correo os dejo este enlace para comprarlo. A continuación presento un texto que he publicado en el Espacio Liga Endesa alrededor de Fernando Romay, con motivo del libro, espero que os guste.

Con 14 años Fernando Romay llegó a la Estación Norte de Madrid. Era el mes de julio de 1974, hacia calor y los tiempos sociales dentro y fuera de las canchas estaban en plena ebullición. Fernando venía desde Coruña, no había jugado un solo partido de baloncesto y sus perspectivas de futuro eran inciertas. Venía a probar con el Real Madrid. En el Pabellón de la Ciudad Deportiva vio desfilar a Pedro Ferrándiz, Wayne Brabender, Walter Szczerbiak, Emiliano, Clifford Luyk, Cabrera y Juanito Corbalán, entre otros. No sabía que se quedaría tanto tiempo en el Real Madrid, casi 20 años, no tenía zapatillas de su pie, un 56, y se entrenó con unas John Smith a las que había recortado la puntera de goma y de las que sobresalían los dedos de su pie.

A mediados de la década de los setenta era complicado encontrar jugadores que sobrepasaran los dos metros en España. Fernando Romay llegaba a los 2'13 y era el pívot que le faltaba a la selección española y al Real Madrid para hacer sombra a jugadores como Vladimir Tkachenko, Alexander Belosteny o Dino Meneghin. Si algo le faltaba al baloncesto español de aquellos tiempos era precisamente centímetros. Fernando tenía unos cuantos. Sólo había que ponerlos a funcionar para beneficio del baloncesto. Y lo hizo, con mucho esfuerzo y dedicación.

Fernando Romay compartió mesa, mantel y títulos, durante su trayectoria como jugador del Real Madrid, con jugadores como Mirza Delibasic, Wayne Robinson, Fernando Martín, Juanma Iturriaga, Drazen Petrovic o Arvydas Sabonis. Casi siempre con Lolo Sáinz en el banquillo. Se peleó en las zonas de canchas situadas en Yugoslavia, Italia, Turquía o la Unión Soviética donde el ambiente podía ser de frío extremo o temperatura abrasiva. El palmarés lo dice todo: siete títulos de Liga ACB, cinco Copas del Rey, dos Copas de Europa, tres Recopas, una Copa Korac, dos Copas Intercontinentales y un Campeonato Mundial de Clubs. También bregó contra uno de los mejores equipos que planteó el Barça de baloncesto, aquél en el que jugaban Nacho Solozábal, Juan Antonio San Epifanio, Chicho Sibilio, Andrés Jiménez o el incombustible -hasta que sus rodillas empezaron a flojear- Audie Norris, por citar a algunos.




En aquellos años de parquét oscuro y grada furiosa, los pívots tenían atribuciones diferentes a las actuales. Hasta 1984 no llegó la línea de tres puntos que empezó a abrir espacios en el campo. Hasta entonces a los jugadores altos se les pedía en ataque recibir arriba, girar y encestar. Como mucho un bote o dos. En defensa hacían la función de portero-delantero, despejar y luego correr al otro campo. En un derbi contra el Estudiantes en 1986, Luis Gómez contaba en las páginas del diario El País: “Empeñado el Estudiantes en jugar más cerca de la canasta, se encontró con el largo manotazo de Romay, guardameta del aro que paraba a taponazos todo balón que volaba por el aire. Lo hizo en cinco ocasiones consecutivas para frustrar el final de infarto”.

Pero Fernando Romay fue también protagonista de una de las grandes fotografías de la historia de nuestro baloncesto. Aquella que se hizo para mayor gloria de varias generaciones el 24 de agosto de 1984 en el Forum de Inglewood en Los Ángeles. En la final contra Estados Unidos estaban: Fernando Arcega, José Manuel Beirán, Juan Antonio Corbalán, Juan Domingo de la Cruz, Andrés Jiménez, José Luis Llorente, Juan Manuel López Iturriaga, Jospep María Margall, Fernando Martín, Juan Antonio San Epifanio, Ignacio Solozábal y Fernando Romay. Una madrugada en la que muchos descubrimos a un jovencito que luego rompería los límites de la gravedad, del tiempo, del suspense y de la lógica: Michael Jordan. Precisamente, al mejor jugador de todos los tiempos, Romay le puso un gorro del que apenás reparamos en su momento porque estábamos abducidos por un ambiente y un baloncesto que nos parecía ciencia ficción. Aquella noche, aquél tiempo de la selección, no se podría entender sin uno de los protagonistas indispensables para entender la penetración del baloncesto en nuestro país: Antonio Díaz-Miguel.




En el viaje que Fernando Romay recorrió a pie de cancha desde 1974 hasta 1995 son muchos los protagonista que compartieron trayecto. La mayoría aparecen en el libro Altísimo. Un viaje con Fernando Romay que he publicado con Ediciones Turpial. No es un libro sobre Fernando, es un libro con Fernando. En esa aventura que salió de la estación de Gaiteira en Coruña, poco después de que el Real Madrid llamara a su casa preguntando por un chaval del que le habían llegado referencias difusas -pero con la certeza de que era altísimo- pasaron muchas cosas. Si hacemos una proyección retrospectiva, podremos ver la final de la Copa de Europa en Berlín Occidental en 1980; la plata en el Eurobasket de 1983 en Nantes con la selección; la marcha de Fernando Martín a la NBA, su regreso y dramático fallecimiento; la llegada del odiado Drazen Petrovic; el partido contra los Celtics en el Palacio en 1988; el posterior aterrizaje de El Zar multiusos Arvydas Sabonis; la salida del club blanco para ir a jugar con el OAR Ferrol y más tarde con el CAI Zaragoza. En el repaso a la historia reciente de nuestro baloncesto, Fernando Romay es uno de sus protagonistas indiscutibles.

En el libro se recoge todo el ambiente que el vivió dentro de la cancha, pero también el que vivimos el resto de los ciudadanos fuera de los pabellones. En aquél país que pasó de vivir en blanco y negro a incorporar progresivamente el color. De tener dos canales de televisión a una variedad más que considerable. De ver la NBA como si fuera otro deporte remotamente parecido al nuestro, a tener allí a algunos de los que más camisetas venden. Del Telón de Acero y el enfrentamiento de bloques a la globalización. De los teletipos de prensa a última hora a los tuits y retuits. En el manuscrito hay muchos protagonismos compartidos. Uno puede ser los jugadores que desfilan en los paisajes del baloncesto que se cuentan alrededor de Fernando Romay, otro podría ser las evoluciones sociales que se vivieron y otro, también, es la figura de los periodistas deportivos que contaron todo esto: Pedro Barthe, Andrés Montes, Ramón Trecet o J.J. Brotons, por citar solo a algunos pocos de los que aparecen en el relato.


También sale referida su vida después de ocupar un lugar importante en el poste bajo, que continúa -como no podía ser de otra manera- ligada al baloncesto a través de la Federación Española de Baloncesto (FEB), también su relación con la televisión y la comunicación, además de otras circunstancias. Con prólogo de Juanma Iturriaga y epílogo de Paco Torres, Altísimo. Un viaje con Fernando Romay es una propuesta colectiva para mirar con atención el espejo retrovisor de un tiempo de baloncesto necesario para entender el momento actual que vivimos, plagado de buenas noticias y títulos. Para entender ese desarrollo, es necesario fijar la vista en la historia de Fernando Romay, que como otros jugadores de aquellos tiempos de transiciones ayudaron decisivamente a encontrarnos donde estamos ahora. No es poco, al contrario, es muchísimo. Disfruten del viaje.



PD: Dejo algunos enlaces de entrevistas alrededor del libro:
- Entrevista en Periodista Digital.
- Entrevista en Radio Marca.
- Entrevista en La Noche de la COPE.
- Entrevista Las Mañanas de RNE.
 

domingo, 25 de agosto de 2013

Sensaciones de la selección

El Palacio de los Deportes de Madrid presenta grada abarrotada y ganas de buen partido. Sin menospreciar pruebas anteriores, lo que queda claro es que Francia es un equipo con galones. No sólo por lo que presenta en pista, que ya es, sino también por lo que tiene guardado para citas más determinantes. Tony Parker es un tipo que te puede romper un partido con dos cambios, tres tiros y cuatro asistencias. A pesar de las ausencias, el encuentro mantiene las señas del clásico europeo, lo cuál habla bien de un baloncesto continental más fresco que en décadas pasadas donde el bigote, el hacha y el músculo era lo que predominaba. Ahora hay más cintura y eso se agradece. Para muestra Batum.


Horas antes del partido contra Francia, en un restaurante cercano al Palacio, un chaval algo tímido se acerca a la mesa en la que nos encontramos comiendo. Su padre le ha comentado que ese tipo tan alto que disfruta de una excelente gastronomía fue en su día uno de los jugadores más importantes del país. El chico pide una foto para tener testimonio del encuentro. Fernando Romay no duda en posar con el chico, sonreír a la cámara y soltar unas bromas. Guillermo se marcha encantado, la familia vino desde fuera de Madrid para disfrutar de un partido de baloncesto con mayúsculas. En 1984 tras aquella madrugada de plata, Juanito Corbalán decía al pisar Barajas: “El futuro va a estar complicado después de ganar la medalla, porque el público va a exigir mucho más”. Aquello es historia. Por entonces nuestra selección se dividía prácticamente entre Barça y Madrid. Ahora en el cinco saltan cuatro que juegan en la NBA y nadie repara como algo excepcional que no haya un sólo jugador del Barça en la selección. La diversidad de la calidad, jugador por jugador, es una excelente señal.



El día antes del encuentro la selección hacía trabajo físico en el Triángulo de Oro, el pabellón donde habitualmente se entrenan cuando vienen por la capital. El ambiente es distendido y se percibe que hay confianza en el grupo. Igualmente el cuerpo técnico -Juan Antonio Orenga, Jaume Ponsarnau y Jenaro Díaz- proyectan planificación colectiva y espíritu de colaboración. El punto de este equipo que irá dentro de unos días a Eslovenia a jugar el Eurobasket, visto desde fuera, es precisamente ese, la distensión y el apoyo mutuo. El producto esta elaborado (en esta ocasión) para que no haya excesivas reprimendas y con la garantía acumulada de los últimos años, lo que uno intuye es que hay una baza determinante que se mantiene en el grupo: la confianza. Algo que no es un asunto menor toda vez que equipos con títulos nobiliarios en el róster se han estrellado cuando se han visto juntos. La distancia con el año 84 es abismal.


En la bancada de la prensa están sentados Alejandro, Fernando y Andrés, entre otros muchos. Hay un significado importante, el equipo sigue atrayendo, la propuesta genera interés y el resultado global es una incógnita. Material suficiente para el periodista no condescendiente y de honradas consideraciones críticas. Al contrario de las estridencias que genera el deporte mayor, en esta parte de la grada se percibe cordialidad, entre periodistas y también con el equipo. No hay voluntad de ruido, algo poco habitual en estos tiempos que vivimos, sino de mesura y compresión por las circunstancias. Nadie sensato reprocha las ausencias, ni tampoco presiona en exceso a las novedades. A pesar de que a alguno le falte un hervor.


Eso sí, en la pista hay un tipo que manda. Se llama Marc Gasol, el chavalote ha revertido en auténtico zar, con las mejores credenciales de anteriores dueños de la zona que tuvieron ese título. Su poderío es tal, que hasta en Estados Unidos dieron un premio ajeno para loar sus virtudes. Con el balón arriba y el brazo extendido no hay nadie que la pueda pillar su trozo del pastel. Un pívot con batuta es mucho pívot. En otras áreas la faena esta muy bien servida. Como esta crónica no va de análisis, sino de sensaciones, habrá que mencionar a uno que parece estar en permanente estado de comodidad desde hace meses: Sergio Rodríguez. El canario se mueve por la pista con una soltura que hace innecesario el cinturón de seguridad que antes había que colocarle y que terminaba por meterle en atascos de juego. Ahora su juego tiene flow y encaja a la perfección en los momentos de empanamiento del grupo. El resto de jugadores tienen calidad, oficio o saber estar. Los hay que incluso tienen esas tres virtudes juntas, como Calderón. Por no hablar de la capacidad de mágia y vista periférica de Ricky Rubio, Rudy o Llull, en según que momentos, o la voluntad de sacrificio de un tipo excepcional como Fernando San Emeterio. Puntualizaciones y gustos al margen, del conjunto, por ahora, sólo se puede hablar bien.


Las sinergias entre el padre y el chico que vienen a la mesa de Romay, es que entonces como ahora hay un plantel de nombres propios y colectivos que marcará un tiempo de nuestro baloncesto. No es poca cosa. Con una liga ACB desfondada económicamente y precaria de ideas, la selección es la garantía de que los buenos tiempos del baloncesto tienen pasado reciente, presente equilibrado, futuro prometedor y memoria compartida. “Al chico le encanta el baloncesto” dice el padre de Guillermo antes de irse felíces. Razón suficiente para felicitarnos, ocurra lo que ocurra en Eslovenia. La garantía del producto incluye varios años, por encima de lo que pase en el examen de septiembre, al que nos presentamos con opciones de nota.

PD: Ilustraciones: Enrique Flores.
 

martes, 20 de agosto de 2013

PROFESORES vs ALUMNOS

 El Estudiantes es un equipo de patio de colegio, al menos lo fue en sus orígenes y algunos apostamos porque lo siga siendo siempre. Un patio con nombre y apellido: Ramiro de Maeztu. Entre el revoltijo de papeles propios y heredados que hay en el hogar familiar he encontrado esta joya que explica mejor esa afirmación. Se publicó en el número 8 de la revista 'Dialogos del Ramiro' (Organo Informativo de la Asociación de Padres de Alumnos del IRM) en marzo de 1975. Sus autores son J. Mª. Arce y Borda; J. Del Barrio Marcaida; Alberto Suárez-Inclán; Iñigo de Vicente Mingarro; alumnos entonces de 8ª de E.G.B. Dejo la crónica tal cual la escribieron. Literatura ramireña en toda regla, un lujo en estos tiempos de normalizado sopor escolar.



                                TRADICIONAL PARTIDO PROFESORES-ALUMNOS

Como todos los años y con motivo de la festividad de Santo Tomás de Aquino, se celebró el tradicional partido “Profesores-Alumnos”. Había bastante expectación en su mayor parte alumnos del colegio que se habían quedado a comer en la “cantina”.

El polideportivo “Antonio Magariños” se abrió a las cuatro y media y en unos minutos la gente se había acomodado y estaba impaciente a pesar de que el partido comenzara a las cinco.

En primer lugar aparecieron los profesores que fueron recibidos entre un gran abucheo. Seguidamente saltaron al campo los alumnos, que vestidos de forma extravagante dieron media vuelta al campo entre aplausos por parte de sus seguidores. Una vez colocados en sus sitios, salió la madrina del encuentro que recibió un ramo de flores de los alumnos, y en señal de agradecimiento dio un beso a cada uno de los componentes de dicho equipo, que se ponían en cola nuevamente según iban terminando.

La primera parte transcurrió normalmente a excepción de algunas graciosas payasadas típicas de este partido como aquel gol de cabeza de un alumno a pase de uno de sus compañeros. La gente aplaudió este inesperado gol. En este tiempo fue agarrado y “manteado” un profesor de E.G.B por el equipo contrario. Cuando los jugadores se retiraron para descansar todos los chicos saltaron al campo para recoger las pelotillas que anteriormente habían lanzado. Los profesores durante este período se dedicaron a jugar con sus hijos y a charlar con aquellos que no jugaban.



En la segunda mitad las cosas cambiaron y el partido se volvió más ameno. La alineación inicial del primer tiempo duró poco en el segundo, pues todos los profesores del banquillo salieron a ayudar a sus compañeros contra los cinco componentes del otro equipo. Como los árbitros permitieron esto, los alumnos se enfadaron y mantearon a uno de éstos, su compañero al intentar ayudarle sufrió las mismas consecuencias. Tras esta broma, para alcanzar mejor la canasta los estudiantes se subieron uno encima de otro.

Después de que el partido trascurriera con un poco de calma, dos compañeros de estudio colocaron sobre el aro de la canasta a un loro, al cual su dueño les había enseñado a decir: “FUERA PROFESORES, FUERA PROFESORES” en el momento en que el árbitro señalaba una falta personal contra los alumnos. Al no atreverse los profesores, el árbitro, con gran crueldad, lanzó el balón que dio al loro, que se asustó y se cayó al suelo chillando en su jerga.

Poco después acabó el partido, con el marcador señalando sesenta y siete – sesenta y seis a favor de los alumnos. Este resultado es altamente dudoso, pues el marcador y sus manipuladores en vez de cumplir lo establecido por el reglamento de dos puntos por canasta animaron el partido de forma que era muy difícil despegarse y establecer claras diferencias entre los contendientes.

La salida resultó igual que la entrada. MUCHO DESORDEN; MUCHO GRITO Y DEMASIADA PRISA POR SALIR; AUNQUE LA GENTE HABÍA PASADO UNA AGRADABLE Y DIVERTIDA TARDE.

NdT: Volveremos.

jueves, 23 de mayo de 2013

El avión de Daimiel

En el libro de Antoni Daimiel, El sueño de mi desvelo (Editorial Córner, 2013), se narra el principio de la película Las aventuras de Jeremías Johnson para ilustrar la llegada de los primeros jugadores europeos a la NBA en los '80. Algo así como pioneros en tierra hostil. Más o menos como debió sentirse Fernando Martín cuando aterrizó en Portland en 1986 con traje de explorador. Para los que vimos pasar el avión desde una cancha de entrenamiento al aire libre, con tableros de conglomerado, aros rocosos y equipaciones raquíticas, aquello era lo más parecido a alcanzar la gloria. Daba igual que luego apenas jugara, eso nos parecía lo de menos. Él estaba allí. Para nosotros entonces La Meca no era el Madison, sino todo.



El sueño de mi desvelo. Historias nocturnas e imborrables de la NBA narra en primera persona la experiencia de Antoni Daimiel comentando partidos de las NBA -casi ininterrumpidamente desde 1995 hasta la actualidad- sin olvidarse de mirar de vez en cuando por el retrovisor, de recordarnos algunos de los mejores flashes, de contarnos encuentros y desencuentros o de dejarnos intuir conversaciones apasionadas (no necesariamente de baloncesto) en interesantes restaurantes y garitos. Siempre atento a lo que pasaba en una cancha del planeta americano. A veces en estudio y otras en la grada de prensa del All Star Weekend o de las Finals.

Parte del viaje lo hizo acompañándose con el periodista Andrés Montes. Formando un dúo perfecto en técnica, interpretación y virtuosismo. Elementos imprescindibles para que suene bien la música. Contaba Coll que su compañero artístico Tip solía decir que “el absurdo también tiene una lógica” y que el más alto de la pareja “era imprevisible, una sorpresa continua”. Algo que creo se ajusta también a la idiosincracia descriptiva de Montes en sus narraciones, siempre cargadas de una lógica que no fallaba porque conectaba lo terrenal con el espacio sideral. Así fue como pasamos de ver y oir las proezas de Dios disfrazado de jugador de baloncesto en Utah hasta saborear el proceso para dar E.T el salto desde la tierra de Elvis hasta el glamour de Hollywood. Recordando siempre “qué pasó el verano del 99”. Las partes del libro en que habla de Andrés Montes son un homenaje (muy) elegante al artista más importante de la narración deportiva en televisión desde Matías Prats Padre. En buena parte porque aquellas retransmisiones a dos voces y cuatro manos eran canela en rama.

Pero el libro es mucho más. Es una buena forma de hacer periodismo y de relacionarse con el espectador/lector sin necesidad de prismáticos, algo desgraciadamente poco habitual. De la lectura de las entrelíneas se detecta que el asunto no es casualidad, el fondo es tan bueno como la superficie. Meter sonido ambiente a un libro de baloncesto no es tarea sencilla y el texto lo logra hasta enganchar: poniendo música; haciendo arqueología social de Estados Unidos; evocando sutilezas sin bloqueo; redactando crónica rosa y negra (o al revés) y madrugando mucho para contarnos la NBA, la mejor liga del mundo. El sistema de comunicación del avión que pilota (en sentido figurado y en el sentido macarra del término) Antoni Daimiel es perfecto de cara al público y de puertas adentro.

Hay que felicitarse por este ejercicio de memoria tan bien contado.

lunes, 11 de febrero de 2013

El Barça, campeón en tres actos

El Barcelona se llevó una final de la Copa del Rey que compartió protagonismo -de nuevo- con la pitada al himno nacional y a la presencia del Rey. Como segundo clasificado quedó un meritorio Valencia Basket que aguantó dos partidos y medio a base de aplicar una defensa soberbia.

Fotografía de equipo del Barça baloncesto

A partir de ahí el Barça mostró unos galones que habían pasado desapercibidos en la Liga Endesa pero que recordaron la enjundia de un equipo que ha realizado sobresalientes temporadas no hace tanto, con algunos de los mimbres que mantiene en la plantilla. En parte, gracias a un Pete Mickael -elegido MVP de la final- que fue el de las grandes ocasiones, el indiscutible martillo que percuta sobre los contrarios para minar sus resistencias.

Para llegar hasta ahí el Barça lidió antes con los huesos más duros de la competición: el Real Madrid y el Baskonia.

El primer día de la Copa del Rey 2013, el Barça y el Real Madrid nos regalaron un partido antológico. Un duelo de resistencias al conformismo que se saldó con dos prórrogas, un marcador mayúsculo (111-108) y una victoria blaugrana. En la excepcional presentación destacó la actuación de Pete Mickael y Ante Tomic, pero por allí también anduvo un Juan Carlos Navarro que se ha sentido arropado con la llegada de un jugador de la fiabilidad en ataque y defensa de Brad Oleson.

Precisamente Navarro, a sus 32 años y seis copas, fue el protagonista del segundo asalto hacia la final. Un partido contra un combativo Baskonia que sólo se resolvió en el último cuarto, cuando el equipo de Tabak y la entregada afición local se dieron cuenta de que es casi imposible doblegar al jugador de San Feliu de Llobregat cuando esta inspirado. Navarro regaló otra actuación para el recuerdo, en esta temporada intermitente de lesiones y partidazos. Un recorrido que debería reconocer el público con algo más de flexibilidad, toda vez que en días como el de la semifinal contra Baskonia el arte del jugador catalán esta más cerca del espectáculo que de las anodinas dinámicas que a veces se ven en el baloncesto ACB. Afortunados somos aquellos que podremos contar que le vimos en directo.


La Copa por supuesto tuvo mucho más: Un Faverani que reivindicó a un Valencia muy mentalizado; un Gran Canaria que rompió el 0-6 en su contra para pasar por primera vez a unas semifinales a las que llegó algo encogido; un Baskonia con carácter al que le pesó la juventud en cinco minutos del último cuarto de su semifinal en la que no vio aro; un Real Madrid fiel a un estilo -algo desdibujado- que sólo salió derrotado porque enfrente tuvo a un Barça peleón; un CAI Zaragoza y un Bilbao Basket poco finos que jugaron con la grada en su contra; y un Estudiantes gripadísimo que enseñó sus vergüenzas sin un Carl English enfermo en la última llamada.

Por el camino quedó una ciudad entregada al baloncesto, que hizo de la amabilidad y el saber estar, una agradable demostración de que la fiesta del baloncesto mejora cuando se celebra en lugares donde el roce de aficiones es parte importante del evento. Y eso a pesar de los chaparrones, meteorológicos y sociales, que fueron también reivindicados desde la grada al grito recurrente de "sanidad pública" que alentó la afición colegial desplazada hasta Vitoria-Gasteiz.

Pero si sólo hablamos de baloncesto, el protagonismo fue de un Barça que había llegado generando algunas dudas por su errática trayectoria, pero que en estos días ha reivindicado su calidad a puñados. Su Copa número 23, cifra que iguala los logros madridistas en el mejor torneo de baloncesto que se celebra en este país. A pesar de los chaparrones y los pitos que han acompañado esta edición.

PD: Esta es mi crónica de la Copa 2013 publicada en elEconomista.es.


martes, 8 de enero de 2013

Diagnóstico de una Liga y su fotografía

El pasado domingo una nueva polémica rodeó la cobertura de nuestro baloncesto. En el telediario ni una sola palabra de la jornada de la Liga ACB. Lo señalaba Rudy Fernández en su cuenta de twitter y varios aficionados y periodistas se sumaban al debate. Para algunos el motivo era que la jornada no había finalizado en el momento de la emisión del telediario, argumento algo forzado toda vez que hemos visto jornadas de fútbol reseñadas señalando que en ese momento estaban en juego algunos partidos, con o sin imágenes.


Más allá de esta última anécdota las evidencias apuntan a que el baloncesto en televisión anda totalmente fuera de foco, convertido algo así como el famoso jarrón chino del que hablaban Felipe González o Den Xiaoping hace años, “se sabe que tiene valor pero no se sabe muy bien dónde ponerlo”. El permanente cambio de horario televisivo ha generado mareos y rendiciones de una audiencia a la que le cuesta identificarse con un producto que conoce poco o nada.

Esta falta de sintonía es producto de una mala política de marketing de la propia ACB, atrapada en derivas raquíticas de promoción que se han desinflado antes siquiera de ser burbuja. Si uno entra ahora en la tienda online de la Asociación de Clubes de Baloncesto se encontrará con un armario medio vacío con productos que languidecen a precios nada atractivos. Pensar que cualquier equipo de la NBA tiene roperos mucho más sugerentes, sin publicidad y a menor precio nos puede dar una idea de lo insustancial de la oferta. Tras quince temporadas en la ACB será más fácil ver por la calle la camiseta que vestía Juan Carlos Navarro en Memphis que alguna de las que vistió durante años en el Barça.

Los norteamericanos cuando hablan de negocios comentan eso de “visualizar la gran foto”. Algo que parece, visto desde fuera, ajeno a los dieciocho clubes que componen la ACB. ¿Una tienda online con las equipaciones de todos los equipos? Algunos dirán que no es rentable porque no se venden, algo lógico si es a los precios de auténtica estafa con los que normalmente se proyectan. Hace un año la camiseta de Barça de baloncesto, sin ningún nombre ni número y con una publicidad que parece de un producto contra las hemorroides, costaba 70 euros en unos grandes almacenes de Madrid. Las camisetas de equipos menos lustrosos que Real Madrid y Barcelona tampoco son a precios atractivos al capricho ocasional. Hay que ser muy fan para pillarlas.


Lógicamente no es este asunto el que resta protagonismo mediático al baloncesto ACB, ni mucho menos. Hace poco en Barcelona dos compañeros de la prensa que cubren informaciones de basket me comentaban las dificultades que supone seguir al Barça, en el club catalán “piensan más en la comodidad de los jugadores que en los periodistas” señalaban. Brillante razonamiento el de los encargados de la sección. Quizá alguno piense que la táctica de la incomodidad hacia el difusor es perfecta para generar adhesiones, seguidores y aficionados. Desde luego no lo parece. En la NBA uno se mete hasta la cocina y todo son facilidades hacia los periodistas. Desde la seriedad, la empatía y la lógica productiva para todos. Ocurrió en el partido entre USA y la selección española celebrado en julio pasado en el Palau Sant Jordi. Un periodista habitual del fútbol, tras hablar con Kobe Bryant en la misma pista de entrenamiento, decía: “qué gozada trabajar así, que tipo más cercano”. Cercanía o lejanía por obligación y destreza. Nada es espontáneo. En eso la FEB funciona muy bien.

TVE machaca una fórmula con nuestro baloncesto. No sé cuantas medallas después sigue sin funcionar. Ni frío ni calor. El grabar desde un estudio no ayuda, pero tampoco es el único problema. Este año Iturriaga y Manel Comas, en mi opinión dos excentes comunicadores con perfil propio, lo están haciendo muy bien, pero falta algo para redondear el quinteto. Quizá un director de juego con mucho manejo y alguien que la hunda de vez en cuando, quizá recurrir al valioso archivo de RTVE y preparar recursos para los partidos. No lo sé y no seré yo quién diga lo que hay que hacer ahí. Pero parece que algo no termina de encajar.

Quizá en estos tiempos que vivimos, no pasa nada por citar lo que se oye, aunque sea un Palau que cada diez minutos canta 'independençia' jugando contra el Real Madrid. Al televidente no le importa que se nos muestre el paisaje, por muy incómodo que pueda parecer. A nadie nos produjo un trauma saber que cuando se jugaba en Grecia en los '80 los ultras gritaban “españoles vais a morir” o cosas por el estilo. Tampoco por ver que hay un sentimiento mayoritariamente nacionalista en una grada o que en Murcia piden agua.


Se dice mucho: “La calidad de nuestro baloncesto no se mide por las audiencias”. Estamos de acuerdo. Pero la vocación de la ACB no es ser una Coordinadora de ONG's, sino hacer negocio con el baloncesto profesional a la vez que se extiende socialmente nuestro deporte. Algo bueno para todos, para los que están por lo primero y para los que nos complace más lo segundo. Felipe López miembro de la especie de ONG con fines lucrativos que tiene Mr. Stern llamada NBA Cares señalaba en una entrevista que le hice para ACB.com: “Antes de la temporada cada jugador tiene en el contrato un número de visitas que debe realizar dentro del trabajo para la comunidad, porque cada franquicia tiene asignadas las visitas y trabajos que deben hacer con NBA Cares a lo largo de la temporada. Es parte de lo que supone estar en la NBA. Es bueno para todos, porque además muchas de las compañías y patrocinadores que están ligadas a la NBA quieren ver este tipo de intervenciones sociales, porque también favorece a sus intereses e imagen”.

Para reconstruir una cancha o plantar árboles en una comunidad desfavorecida a veces van jugadores de distintos equipos. Allí actúan en nombre de la NBA. La gente de esas zonas entabla una relación con los jugadores. Eso sale en la tele. Al que vende millones de refrescos con la cara de un jugador le interesa que este plante arbolitos y salga por la tele, porque beneficia su imagen. Quizá el padre que fue con su hijo, también para ayudar, le prometa que un día van al campo a verle. Y compren entradas. Y camisetas. Y se vendan refrescos. O quizá no tienen dinero para un ticket, pero les apetece ver ahora a ese jugador en el que no habían reparado y, aunque pasaban del baloncesto hasta ese momento, les apetece ver un partido de ese tío alto por la tele. Y se enganchan.


Ahora hagamos la españolización de la misma secuencia. Un grupo de jugadores de distintos equipos van a hacer obra social al más puro estilo anuncio Actitud Azul. Actúan en nombre de la ACB o Liga Endesa, como se prefiera. La gente pilla cercanía con ellos. No es un anuncio y sale en el telediario. Al que vende biofrutas y a la compañía de teléfonos móviles les viene de perlas porque esos jugadores también salen en su anuncio (aunque sea con camisetas de otras temporadas y equipos). A partir de ahí el resto es evidente. Pero sí ni son accesibles, ni se ven sus camisetas, ni se proyecta con cierta tensión, es complicado. Muchos más si cuando se puede ver por la tele es un domingo por la mañana, horario natural de paternidades soleadas con cañita, periódico y el niño correteando por la acera, o mejor, jugando al basket en El Internado.

Incluso sorteando esos obstáculos no se evitaran otros problemas. Por ejemplo, entender lo que pasa en el campo. Lo cuenta Alonso de Palencia en el último número de la Revista Tú al Ramiro Yo a Badalona, al hilo de un artículo narrando un canastón antológico de David Russell cuando era jugador de la Penya. Los comentaristas del encuentro hacían pedagogía del reglamento. Cierto que entonces este deporte era casi un descubrimiento para buena parte de la sociedad de la época, pero ahora el analfabetismo social alrededor del baloncesto FIBA es mayúsculo.


La necesidad de igualar las reglas a las de la NBA me parece perentoria. Al margen de sesudos análisis tácticos, la evidencia es que no tiene mucha lógica que un mismo deporte se juegue de manera distinta a nivél profesional. No pasa nada por rebajarse un poco la flema, la gran referencia para el público social del baloncesto está al otro lado del atlántico. Por no hablar del concepto de mercado global. El resto de nuestros baloncestos pueden seguir con la misma normativa, porque eso genera un tipo de jugador muy técnico, precisamente algo cada vez más valorado en la NBA. De esos que incluso pueden plantar arbolitos aquí y allí. A partir de ese acuerdo ya nos encargamos entre todos los que tenemos relación con este deporte de alfabetizar a las masas, al más puro estilo Movimiento 26 de Julio si hace falta.

Sería difícil de comprender una deriva colectiva hacia el conformismo cuando hay resultados de la selección; excelentes jugadores; buena organización; un torneo brutal como la Copa; pabellones de lujo con buena entrada; un montón de gente con todo tipo de publicaciones, muy activos en las redes sociales alrededor del deporte de la canasta... Lo decían perfectamente el otro día Comas e Itu, esto es ocio de masas. Habrá que jugar el día de navidad -al fin y al cabo la vida del deportista no es tan larga-, vestirse de reyes magos, construir una cancha en La Cañada Real y poner horarios de televisión decentes. Con lógica colectiva, con los dieciocho clubes, con la Asociación de Jugadores y con todos los que vamos detrás.

Lo que no quita un ápice para que algunos prefiramos recogernos en el disfrute del BA-LON-CES-TO más minoritario, ese que se ve un fin de semana en un pabellón gélido con cuatro más en la grada, con un reglamento que beneficia más la formación que el espectáculo y sin la tontería de tirar los tapones de las botellas a la entrada de los pabellones por culpa de la Ley del Deporte. Un plan que, por cierto, a mí me suena incluso mejor que el de “la gran fotografía”.

PD: Ya habrá tiempo de fliparse con la ACB League Pass.